Pensando el vestir desde el subconsciente
Daniela JubizDe los 0 a los 7 años vivimos en una especie de estado de hipnosis natural, nuestro cerebro, aún inmaduro, vibra en ondas lentas -theta-, las mismas que en la adultez solo alcanzamos en sueños profundos o en meditaciones muy hondas, en ese estado no hay filtros ni juicio crítico: todo lo que entra, se graba.
Cada palabra, cada imagen, cada silencio se convierte en un ladrillo invisible con el que construimos nuestra verdad sobre el mundo: si es seguro o peligroso, si el amor es abundante o escaso, si merecemos ser vistos o debemos permanecer en la sombra.
La cultura que absorbemos en esos años va mucho más allá del simple entretenimiento; se convierte en la banda sonora de nuestro subconsciente; Un niño que crece admirando héroes diversos y valientes, escuchando relatos de cooperación y esperanza, probablemente aprenderá que su vida puede estar llena de confianza y propósito, en cambio, quien se expone sobre todo a historias de violencia o escasez puede cargar con un guion de miedo o carencia que, ya adulto, ni siquiera reconocerá como ajeno.
La moda es, en sí misma, parte de la media que consumimos, no es solo ropa: es cultura material a nuestro alcance, un escenario constante donde aprendemos códigos incluso antes de comprender palabras.
En la infancia, los códigos estilísticos que nos rodean -los colores que nos visten, las texturas que sentimos, las siluetas que vemos en nuestra familia, los uniformes escolares, los trajes de fiesta- nos enseñan, silenciosamente, a qué grupo pertenecemos y cómo debemos presentarnos ante el mundo.
El estilo es un manual visual de identidad que absorbemos sin cuestionar; Es tan potente como las historias que nos cuentan y tan formativo como las canciones que escuchamos, porque vestirnos no es solo cubrir el cuerpo: es aprender a hablar el idioma del mundo con los colores, las formas y las texturas que nos enseñaron a leer.
La ropa trae consigo mensajes estéticos que se imprimen en nuestro inconsciente durante la infancia y que, más tarde, influyen en nuestras elecciones de estilo, en lo que consideramos “apropiado” o “bello”, e incluso en la forma en que percibimos el estatus y la pertenencia.
Alguna vez, ¿te has preguntado qué comunicas?
¿Por qué te vistes como te vistes?